Uno de los primeros filósofos en comprender las relaciones matemáticas y numéricas de todo lo que existe fue Pitágoras, quien empezó a crear y elaborar toda una cosmología y explicación de las leyes de la Creación, de los universos, en base a sus conocimientos (de iniciado) sobre la ley de las octavas, desarrollándola a partir del estudio de las relaciones matemáticas presentes en la escala musical, como uno de los ejemplos más sencillos para entender esta correlación de energías.
Quizás su trabajo fuera uno de los primeros en intentar unificar arte, ciencia y misticismo bajo una base matemática y numérica, donde todo pudiera ser descrito mediante relaciones entre estados energéticos que explicaran como todo conecta con todo, y como todo está relacionado con todo. Basado en sus conocimientos sobre el número 8 (la octava), influenció a personas como Buckminster Fuller, o Timothy Leary, quienes trabajaron siguiendo los modelos pitagóricos para desarrollar enormes teorías en el campo de la geometría (sinergética) o el funcionamiento del ser humano (los llamados 8 circuitos de la consciencia, donde explica que la consciencia humana puede ser modulada en ocho niveles de funcionamiento, que corresponden a ‘circuitos’ de información distintos de diferentes niveles de realidad). Posiblemente esto os recuerde algo al artículo de Don Harkins “La esclavitud y los 8 velos – porque no vemos esa otra realidad” que os traduje hace tiempo, y, quizás, también lo podáis asociar con los niveles evolutivos de la consciencia de Gurdjieff.
La mística del 8
Y es que el número 8, numerológicamente, nos habla de la organización, la perseverancia y el control de la energía para producir logros materiales y espirituales. Representa el poder de la realización, la abundancia en el mundo mental y espiritual representada en la curva superior, y la abundancia material, a la que hace referencia en su curva o base inferior. Es la base del concepto de que todo, para pasar de un estado a otro, debe completar una serie de pasos (una “octava”), de forma que, energéticamente, para que algo A se transforme en algo B, habrá 8 etapas de cambios antes de que esta transformación se haya completado al 100%.
Ejemplos de la presencia de esta ley, y de este número en la “realidad humana” no faltan. Más o menos al mismo tiempo que Pitágoras elaboraba y explicaba sus modelos basados en el número 8, los taoístas en China creaban su cosmología de relaciones entre los procesos positivos (Yang) y los negativos (Yin), lo que produjo los 8 trigramas del I Ching, del cual se generan los 64 hexagramas conocidos de este profundo y místico sistema-oráculo oriental. Unos pocos miles de kilómetros al lado, en la India, Buda completaba su iluminación y promulgaba el Noble Camino Óctuple, considerado, según el budismo, como la vía que lleva al cese del dukkha (el sufrimiento), algo que también se conoce como nirvana. Usando esta vía, Patanshali, un pensador hindú cachemiro, autor del Yoga-Sutra, redujo la ciencia del Yoga a 8 pasos básicos. Por ahí en medio, además, nacía el juego del ajedrez, con su tablero 8×8 y sus 64 casillas, de igual forma que, en otro tiempo y de otra manera, descubríamos que el ser humano está creado, y funciona, en base a varios patrones, y donde, uno de ellos, el patrón conductual, no es otra cosa que un enorme tablero de ajedrez energético en nuestra psique, formado por 8 filas y 8 columnas, donde se graban en forma de arquetipos, símbolos y conceptos (todo eso llamado genéricamente “runas”) los programas y patrones que definen nuestra personalidad.
No todo el mundo se lo creía
Y es que no había forma de no darse cuenta que las octavas, y el número 8 estaba presente en todos sitios, pero, como siempre, la ciencia no gusta del místico. En 1860, el químico John Newland mostró al mundo que todos los elementos conocidos se podían clasificar en 8 familias, pero, como el conocimiento pitagórico sobre el que se basaba no era demasiado aceptado ni estaba de moda, literalmente se le rieron en las narices y fue expulsado de la Royal Chemical Society, hasta que 10 años después, en 1870, llegó otro químico, ruso esta vez, llamado Mendeleyev, quien volvió a proponer y demostrar lo mismo, y a este si que le hicieron caso, creando desde entonces la famosa distribución de elementos de la tabla periódica que todos estudiamos en el colegio.
Inspiraciones divinas