miércoles, 17 de mayo de 2017

Engaño y sinceridad


Los dos conceptos que vamos a abordar hoy están basados en las reglas del juego de una sociedad en la que, al no poder ver, saber, percibir o ponerte directamente en la piel y en la psique de las otras personas, es difícil, en muchos casos, distinguir el uso de uno de ellos respecto al otro.

¿Por qué es tan sencillo que se engañe a la opinión pública respecto a cualquier tema, solo por el hecho de saber usar unas técnicas que se basan en la forma en la que el ser humano decodifica la realidad? ¿Por qué se usa el engaño como un arma de manipulación para conseguir objetivos que no se pueden conseguir siendo sinceros?


Una cualidad elevada vs un mecanismo del ego

En general, la sinceridad, como “arquetipo”, es una cualidad del espíritu, del ser, del Yo Superior, de aquello a cómo llaméis a las partes más elevadas del ser humano, que manifestada en la personalidad, otorga un comportamiento noble y elegante, directo, alineado con la verdad de esa persona (o de ese ser) a la hora de entenderse con los demás.

El engaño, por el contrario, es un mecanismo de defensa y gestión de la realidad del ego, que tiene por objetivo conseguir todo lo que necesita para sus propios intereses de la manera que considere conveniente.

Puesto que el programa ego tiene por particularidad y programación ver todo y a todos como separados y diferentes a si mismo, no tiene problema en crear los diferentes Yos, patrones y programas de la personalidad que usarán el engaño como una de las múltiples formas de gestión de las situaciones encontradas a diario en la sociedad actual, mientras que, en el otro extremo, nuestro ser, YS, etc., al ver a todos siendo parte de todos, y saber que todos estamos conectados con todos, tiende a decantarse siempre por la vía directa de la sinceridad para aquello que necesita, ya que solo siendo claro con aquellos a los que se percibe (desde otros niveles de consciencia), como parte de uno mismo (en otros niveles de existencia), se hace sencillo y alineado con las leyes y procesos que rigen la vida el gestionar esa misma realidad y existencia.


Alineación con el arquetipo “verdad”

Así, el engaño no está alineado con el arquetipo de la verdad, la energía pura que define este concepto, que existe como tal a niveles mentales y causales (como cuando os expliqué la herramienta de usar el fuego de la verdad para saber si algo era falso o cierto en nuestra psique). Por lo tanto, el engaño genera, y pone en marcha, situaciones de causa y efecto que se moverán con la misma energía y en la misma dinámica, y que, una vez puestas a rodar, ya no hay quien pare las bolas que se crean.

Así, el engañador en algún momento será engañado, causa y efecto, pero no sabrá que recibe el engaño porque en algún momento engañó, simplemente maldecirá a quien le ha engañado, proceso que, seguramente, viene porque en otra situación anterior quien le engañó fue también engañado a su vez, y esto se remonta al inicio de los tiempos. La sociedad, de esta manera, vive tratando de obtener lo que sea como sea, sutilmente en la mayoría de los casos, en otros a gran escala y con engaños masivos, pero siempre es una cuestión de ego y personalidad, no del ser o Yo Superior o niveles elevados de consciencia.

La sinceridad, por otro lado, también nos dicen que no siempre es buena, ya que el receptor de esos brotes de sinceridad que todos tenemos a veces, no sabe encajar, no puede decodificar o no acepta este tipo de comunicaciones en formato “verdad”, que el emisor le comunica. Por supuesto, ese formato “verdad” es la verdad del emisor, que no tiene por qué coincidir con la suya, pero aun así no hay engaño inducido, premeditado o subyacente en la comunicación.

En muchos de estos brotes de sinceridad, tampoco será el ser de la persona quien se esté expresando, pues para la mayoría de nosotros, la consciencia de nuestro Yo Superior está solapada bajo nuestra consciencia artificial y personalidad virtual, y no es más que un observador de lo que le sucede a esta sin intervenir. En estos casos, la sinceridad de personalidad a personalidad puede herir, ya que se suelta lo que uno piensa de buenas a primeras, sin tener en cuenta el modo de recepción y decodificación del contenido de lo emitido, por la persona que lo recibe.


Sinceridad con amor y empatía

La sinceridad de ser o YS a ego siempre tiene el componente del amor imbuido, y por lo tanto, no es dañino ni busca serlo, mientras que la sinceridad de ego a ego puede tener el problema de que es simplemente la comunicación entre dos sub- facetas del carácter de esa persona que se comunican sin filtros ni analizan si lo que se expresa está alineado, ya solo no con el arquetipo “verdad”, que a priori si lo está, sino con el arquetipo de amor, de empatía, etc., algo más difícil de conseguir en el plano humano.

En un mundo ideal de comunicación interpersonal, todo el mundo sabría instantáneamente que piensa, siente y vive el otro (algo que requiere la activación y funcionamiento a pleno rendimiento del centro emocional superior y del centro intelectual superior), por lo que el engaño no sería nunca posible, y el concepto de sinceridad ni siquiera sería un concepto o cualidad deseable, o buscada, ya que sería la norma y lo común, lo standard. Aún estamos lejos de llegar a eso.

Sigue siendo más deseable ser sinceros en todo y con todos y aceptar las consecuencias, pero sigue siendo más rentable, especialmente para aquellos en el poder en todos los sectores y niveles de gestión de la sociedad, seguir basando las relaciones y comunicaciones en el engaño, sutil o no, parcial o total, pues tanto entra dentro de la energía y concepto de engaño un anuncio que te maquilla lo que no quieren que sepas de un producto, como una persona que te miente directamente si conviene a sus intereses particulares, políticos, económicos, sociales, etc.


Buscando el equilibrio siendo impecables

martes, 16 de mayo de 2017

“El espejo de las relaciones”


Cuando estamos dispuestos a aceptar los lados luminoso y oscuro de nuestro ser, podemos empezar a curarnos y a curar nuestras relaciones. Tú y yo somos lo mismo. Todos somos espejos de los demás y debemos aprender a vernos en el reflejo de las demás personas. A esto se llama espejo de las relaciones. Todos somos inevitablemente parte de la misma conciencia universal, pero los verdaderos avances tienen lugar cuando empezamos a reconocer esa conexión en nuestra vida cotidiana.

Las relaciones son una de las maneras más efectivas para alcanzar la unidad en la conciencia. Piensa en la red de relaciones que mantienes: padres, hijos, amigos, compañeros de trabajo, relaciones amorosas. A través del espejo de las relaciones, de cada una de ellas, descubrimos estados prolongados de conciencia.

Tanto aquellos a quienes amamos como aquellos por quienes sentimos rechazo, son espejos de nosotros. Sentimos rechazo hacia las personas que nos reflejan las características que negamos en nosotros. Si sientes una fuerte reacción negativa hacia alguien, puedes estar seguro de que tú y esa persona tenéis características en común, características que no estás dispuesto a aceptar. Si las aceptaras, no te molestarían.

Cuando reconocemos que podemos vernos en los demás, cada relación se convierte en una herramienta para evolución de nuestra conciencia. La próxima vez que te sientas atraído por alguien, pregúntate qué te atrajo. ¿Su belleza, gracia, elegancia, autoridad, poder o inteligencia? Cualquier cosa que haya sido, sé consciente de que esa característica también florece en ti. Lo mismo se aplica a las personas hacia las que sientes rechazo.

La naturaleza esencial del Universo es la coexistencia de valores opuestos. No puedes ser valeroso si no tienes a un cobarde en tu interior; no puedes ser generoso si no tienes a un tacaño; no puedes ser virtuoso si no tienes la capacidad para actuar con maldad. Gastamos gran parte de nuestras vidas negando este lado oscuro y terminamos proyectando esas características oscuras en quienes nos rodean.

Un encuentro con una persona que no te agrada es una oportunidad

El Sonido del Universo Parte 3: de la Resonancia Material.


Con este nuevo artículo combinamos nuestro análisis de la resonancia abstracta con aquella perteneciente a los objetos físicos y los aspectos energético-resonantes del mundo visible tal y como lo conocemos. Para establecer la premisa del uso de la palabra “materia”, este escrito no la usa en su acepción científica (“la sustancia de la cual los objetos físicos están compuestos”), sino en el sentido simple como los propios “objetos físicos” que tienen peso y ocupan espacio. En este sentido nos apartamos a propósito de la perspectiva científica que intenta definir estrictamente la materia.
Recordemos que nuestro enfoque básico es poco científico y más espiritual.

La materia que nos rodea es tan resonante como cualquier otro componente universal. Recordando que todo está en El Todo, la materia resulta ser una porción particular del sistema vibratorio universal y es particularmente la energía que puede verse, exceptuando la luz.

Esta franja vibratoria es parte del llamado “espectro electro-magnético”(de ondas) denominado como “la radiación electromagnética que emite o absorbe una sustancia”.

Estas regiones energéticas pueden ser observadas y medidas mediante espectroscopios para determinar su longitud de onda, la frecuencia y la intensidad de la radiación. En la parte visible del espectro (de la luz) hay radiación gamma, X, ultravioleta, infrarroja, etc., cada una de diferente intensidad o frecuencia.

En términos simples, la vibración resonante de la energía incluye regiones cuyas intensidades (frecuencias) son suficientemente bajas para ser captadas por el ojo humano. Estas regiones vibratorias definen para nosotros los estados de densidad de la materia: mientras más lenta la vibración, más sólida (compacta, densa) la materia; mientras más rápida la vibración, más etérea es.
La densidad de la materia (gaseosa, líquida y sólida) depende de la fuerza ejercida por la unión atómica de la misma. Los átomos son unidades vibratorias que se agrupan natural y artificialmente con mayor o menor facilidad los unos con otros para formar las moléculas que forman la materia. En la materia compuesta por varios tipos de átomos, la fuerza de su enlace químico contribuye a definir su densidad. Por ejemplo: unir 2 átomos de carbono, 6 de hidrógeno y 1 de oxígeno produce etanol, con una densidad de 0.81 gramos por centímetro cúbico; el enlace de 2 átomos de hidrógeno y uno de oxígeno produce agua, con una densidad de 1 gramo por centímetro cúbico; y el oro (monoatómico) tiene una densidad de 19.3 gramos por centímetro cúbico.

Lo curioso de la materia es que hoy día puede ser observada externa e internamente, en ambos casos presentándonos cualidades muy diferentes. Externamente vemos y tocamos objetos sólidos que aparentan ser totalmente compactos, impenetrables físicamente y totalmente inertes. Internamente vemos que los objetos son porosos porque están formados por átomos unidos entre sí que, lejos de ser “materia muerta”, están en continuo movimiento… mostrando un tipo de vida. Otra paradoja es que el agregado químico-atómico de la materia tiene la vibración (resonancia) externa más lenta que encontramos en el universo mientras sus componentes básicos (los átomos) mantienen una alta tasa de vibración individual.

Las cualidades físico-energético-resonantes de la materia también son reflejadas en forma de sonido, color y sensaciones provenientes de los objetos. Por ejemplo, los objetos metálicos emiten un sonido, un color y una cualidad sutil diferentes a aquellos hechos en madera. Basándose en estas diversas cualidades se han inventado aparatos para detectar en forma precisa diferentes sustancias, como el contador Geiger, que percibe radiación gama, beta y en algunos modelos también alfa.
Cada metal específico, cada madera específica, tiene su propio tono, color y sutileza individual. Si añadimos a este conjunto de cualidades el tamaño de cada objeto, así como su complejidad de diseño (forma geométrica, alto, ancho, largo, etc.), tendremos una mejor idea de las propiedades resonantes de cada cosa.

A las cualidades físicas de los objetos debemos añadirles sus cualidades sutiles. La energía resonante que emite cada objeto es percibida por el ser humano, aunque normalmente no lo notamos. La mayoría de nosotros sabemos cuando un objeto nos agrada con tan sólo verlo, e inmediatamente sentimos el impulso de tocarlo. Hacer contacto con el objeto se torna en tomar una muestra de su resonancia; la afinidad entre la resonancia de estos y de nosotros es corroborada inadvertidamente de este modo. Pensemos un momento en todo lo que nos rodea en el plano físico y cuánto de esto influye en nuestro vivir a cada momento. Los objetos que tenemos en nuestro hogar y cómo los tenemos colocados, toda la materia que nos rodea en el espacio en que nos movemos y en los lugares que frecuentamos (para trabajo, estudio, entretenimiento, etc.), todo, absolutamente todo, nos afecta para bien o para mal.


Radiestesia



Hay formas de saber cómo nos está afectando lo que nos rodea. Una de éstas formas es la Radiestesia (actividad que se basa en la afirmación de que los estímulos eléctricos, electromagnéticos, magnetismos y radiaciones de un cuerpo emisor pueden ser percibidos y, en ocasiones, manejados por una persona por medio de artefactos sencillos mantenidos en suspensión inestable como un péndulo, varillas “L”, o una horquilla que supuestamente amplifican la capacidad de magnetorrecepción del ser humano). Aunque la Radiestesia ha sido catalogada como “pseudociencia” por los sistemas académicos, no podemos descartarla totalmente sin analizar sus elementos lógicos. Cierto es que en términos generales muchos practicantes de la Radiestesia la han querido presentar como una ciencia, aun cuando no se circunscribe al método científico actual establecido. Sin embargo, ningún sistema filosófico, espiritual ni religioso ha podido hacerlo.

Tenemos el caso, por ejemplo, del Espiritismo, el cual muchos de sus adeptos también han querido darle el apellido “científico”, pero al explicar esta acepción se limitan a llamarlo “una Ciencia de Observación”. Semejante nomenclatura se queda corta en el siglo XXI, porque hoy día la experimentación científica se basa en dos fundamentos:

1) Reproducibilidad: capacidad de repetir un experimento determinado en cualquier lugar y por cualquier persona.

2) Falsabilidad: capacidad de una teoría para someterse a todas las pruebas que pretendan mostrar su falsedad.

La Reproducibilidad requiere evidencia pública que apoye una hipótesis y la certeza absoluta de obtener siempre los mismos resultados. La Falsabilidad exige asegurarse de que los resultados del experimento no puedan ser explicados lógicamente por otro método (el “método hipotético deductivo experimental”) diferente al propuesto por sus conclusiones.

¿Cuántas filosofías o sistemas espirituales pueden someterse exitosamente al filtro exigido por la ciencia? En realidad, ninguno, porque los conocimientos espirituales están en una categoría distinta a la de los conocimientos científicos.

Los métodos de comprobación de los conocimientos espirituales provienen de evidencia encontrada en muchos casos mediante métodos alternos que usan las regiones más profundas de la psiquis humana. La certeza de la intuición, de la clarividencia y de la mediumnidad, por ejemplo, no puede ser medida por las secas, frías y calculadas fórmulas científicas, especialmente bajo un sistema científico que no se atreve a reconocer las cualidades etéreas (espirituales) del ser humano aunque no tenga explicaciones lógicas para refutarlas.

La Radiestesia tiene la particularidad de depender directamente de las cualidades resonantes de una persona sensitiva para sondear, leer e interpretar energías sutiles. Esto sitúa esta práctica en dos ámbitos, el técnico y el espiritual. El zahorí, o radiestesista, es tan importante como los implementos usados, algo que es casi contrario a la práctica científica. Mediante la Radiestesia se puede cualificar la energía de la tierra, de espacios cerrados, de alimentos, de personas y así de casi cualquier objeto. Por este medio, por ejemplo, el radiestesista experimentado puede decir si la energía de un predio de terreno es favorable a la vivienda o a la agricultura, si una manzana en particular está en un estado saludable o dónde en el subsuelo hay agua más accesible.

Por otra parte, los seres humanos podemos tornarnos “radiestésicos” mediante el ejercicio de nuestras capacidades internas. Mediante el “rastreo concentrado” podemos tornarnos más sensitivos a las energías que nos rodean. Hay personas que son un reto para la ciencia porque pueden percibir y analizar, algunas con precisión sorprendente, las cualidades de la resonancia.
Estos “barómetros humanos” por lo general han llegado a ese estado con la ayuda directa de la meditación y la práctica de “observación activa”.


Resonancia mecánica



Este tipo de resonancia es un fenómeno que se produce cuando un objeto es sometido a la acción de la resonancia de otro. Bajo circunstancias normales las resonancias afines producen condiciones energéticas armónicas. Sin embargo, en algunos casos en que dos objetos vibran a tasas iguales y la amplitud de resonancia aumenta progresivamente la fuerza combinada, los efectos pueden resultar peligrosos. Este efecto clásico fue demostrado en los anuncios comerciales de televisión que mostraban a la cantante Ella Fitzgerald produciendo un tono tan alto que rompía un vaso de cristal.
La resonancia mecánica es definida como “la tendencia de un objeto a absorber más energía cuando su frecuencia es igual a la frecuencia natural resonante”

Cuando la resonancia de la voz de la cantante se une a la del cristal, la fuerza de la energía combinada aumenta a tal punto que se torna destructiva y la naturaleza tiende a eliminar una de las fuentes. Hay casos clásicos que son relatados comúnmente al mencionar este tema, como el del puente que se derrumbó debido a la resonancia producida por la marcha sincronizada de tropas durante la Segunda Guerra Mundial y el colapso del puente Tacoma Narrows (estado de Washington) en 1940 debido a la vibración aeroelástica causada por la combinación de la resonancia de la estructura y del viento que lo cruzaba.

Una demostración más simple y menos peligrosa de la resonancia mecánica es vista al utilizar dos diapasones de la misma frecuencia. Cuando uno de estos es golpeado y luego acercado al segundo, este otro comienza a vibrar espontáneamente debido a las ondas vibratorias generadas por el primero. Cuando un objeto es sometido al estímulo energético de otro, parte de la energía del primero pasa naturalmente al segundo. Si la resonancia vibratoria de ambos está en la misma frecuencia determinada se dice que la tasa de absorción de energía está en su máximo. Esto puede resultar en la inestabilidad del sistema resonante creado y en muchos casos puede obligar una ruptura en el mismo.
La historia también nos cuenta la situación en que el ingeniero serbio Nikola Tesla a principios del siglo 20 experimentaba con un oscilador mecánico en Nueva York, emitiendo resonancias de tasas ascendentes que sacudían varios edificios. Al llegar al nivel de resonancia de su propio edificio la vibración era tan fuerte que él tuvo que desactivar la máquina. Este aparato más tarde fue llamado coloquialmente “la máquina de terremotos”.


Planetas resonantes



lunes, 15 de mayo de 2017

La Evolución de la Iluminación


Mis enseñanzas tratan de la iluminación espiritual ― tanto de lo que podríamos llamar la iluminación tradicional como también de lo que yo llamo la nueva iluminación, o Iluminación Evolutiva. La iluminación tradicional es lo que aprendí de mi maestro, pero la Iluminación Evolutiva es lo que he descubierto y creado desde mi propio trabajo en el último casi cuarto de siglo. Durante este tiempo, he descubierto una nueva fuente de liberación emocional, psicológica y espiritual que existe fácilmente al alcance de cualquier persona, cualquier persona que tenga los ojos para reconocerla y el corazón para desearla. En pocas palabras, la iluminación está evolucionando. Ya no se encuentra sólo en la felicidad del Ser intemporal; se encuentra también en la urgencia extática del Devenir evolutivo.

Fue sólo después de muchos años de profunda introspección, dialogando con maestros y pensadores de todas las tradiciones, y el trabajo comprometido con miles de buscadores espirituales de todo el mundo que comencé a comprender en qué consiste esta nueva iluminación, por qué es tan diferente de lo que ha llegado antes, y por qué, como yo creo, tiene la clave no sólo para nuestro desarrollo personal, sino para nuestra evolución cultural. En el pasaje que sigue, voy a compartir brevemente con ustedes el viaje que llevé a cabo desde la antigua a la nueva iluminación.

Me convertí en un maestro espiritual en 1986 después de un intenso despertar que irrevocablemente transformó mi vida. Mi propio maestro, H.W.L. Poonja, provenía de la tradición Advaita Vedanta, y fue la simplicidad intemporal de esta antigua enseñanza la que catalizó mi despertar. La esencia de mi realización fue simple: todo ES lo que es. Fue una experiencia clásica de iluminación o satori ― viendo a través de la ilusión del tiempo directamente en la intemporalidad, despertando al eterno Ahora, el místico, absoluto, no dual y no relativo Fundamento del Ser. Mi maestro me enseñó ―como él fue enseñado por su maestro, el gran santo Ramana Maharshi― que la libertad que estaba buscando ya estaba presente como el mismo fundamento de mi propia conciencia.

Ese fundamento o trasfondo, la dimensión más profunda de lo que todos somos, ya existe siempre antes del tiempo y del proceso creativo. Es por eso que los místicos de todas las épocas nos han dicho que no hay ningún lugar adonde ir y nada que hacer, excepto realizar ESO. Después de mi propio despertar a esta verdad eterna, inicialmente enseñé de la misma forma como yo había sido enseñado. Mi respuesta espontánea a los que vinieron a mí en los primeros años de mi carrera docente fue simplemente esta: Date cuenta y ríndete. Date cuenta y descubre ese misterio que no puede ser comprendido por la mente, y ríndete a eso y sólo eso. Date cuenta de que nunca has nacido. Ríndete al hecho de que nunca has sido no-libre. Date cuenta de que nunca hubo un problema y nunca has dejado esa realización. Ríndete a eso y sólo eso. Estaba convencido más allá de de toda duda por mi propia experiencia que no había ningún lugar adonde ir, nada que hacer, y nadie que ser o llegar a ser. De hecho, en aquellos días, yo estaba tan seguro acerca de este punto de vista que cuestionaba la autenticidad de cualquier enseñanza espiritual que diera a entender que había algo que llegar a ser en el futuro que no fuera lo que ya siempre somos.

Esta enseñanza no es nueva. Ha sido la joya preciosa que ha pasado de maestro a discípulo desde hace miles de años. El objetivo perenne al que apunta es esencialmente la trascendencia ― una dramática liberación o escape del tiempo, la mente y el mundo que uno descubre cuando despierta al dominio intemporal, sin forma del Ser. En la mayoría de las enseñanzas místicas tradicionales, este énfasis en el más allá de la trascendencia como objetivo de la iluminación no ha cambiado desde que el Buda predicó el dharma en la antigua India hace dos mil quinientos años o desde que Adi Shankara escribió su Joya Suprema del Discernimiento en el siglo octavo. Y para nosotros los posmodernos, tampoco ha cambiado desde los días de gloria de la década de 1960, cuando el psicólogo de Harvard convertido en un rebelde psicodélico Richard Alpert, también conocido como Ram Dass, publicó su innovador manifiesto espiritual y llamada a las armas Be Here Now. Casi cuarenta años después, los best-sellers espirituales siguen proclamando el mismo mensaje: Trasciende la mente y el tiempo. Descansa en el "ahora", en la infinitud del momento presente. Todo lo demás es una ilusión temporal.

Desde esta perspectiva, el mundo y toda la manifestación es un mero "juego" de la consciencia, o lila como se le llama en el Vedanta: Lo que acontece aquí no es en última instancia real. Sólo lo Absoluto, el Fundamento no manifestado, inmutable, eterno y sin forma, es real. Por lo tanto, nada tiene que cambiar en este mundo manifestado, y la verdadera libertad se encuentra en escapar por completo de él. ¿Por qué albergar una ilusión? ¿Por qué tratar de mejorar lo que en principio no es real?

La culpa y sus dos grandes amigas, la duda y la inseguridad


La culpa nunca llega sola, puede presentarse por multitud de razones en nuestra vida. En ocasiones nos tortura por aquello que hemos hecho pero que no dio el resultado que esperábamos. Otras, nos persigue por no haber tenido el valor de hacer o decir algo que ahora nos corroe desde el interior. Es en este segundo caso en el que la culpa se presenta en nuestra vida acompañada por sus dos grandes amigas, la duda y la inseguridad.

Nunca dejes de hacer algo por miedo, más vale arrepentirse de lo hecho que culparse por aquello que podría haber sido.


Es entonces, cuando la duda toma el mando de nuestras decisiones y la inseguridad decide que es mejor no hacer nada por miedo a perder lo que tenemos, cuando la culpa se instala en nuestra vida. Esto hace que nos quedemos tristes y paralizados viviendo en nuestra imaginación lo que hubiera sucedido, en lugar de aceptar la realidad de nuestro inmovilismo.



La duda, la capitana de nuestro ejército de miedos


El miedo pasa, lo que dejas de vivir por miedo, no vuelve.

La duda nos observa día a día y nos recuerda, de manera estratégica, esas situaciones en las que hicimos algo que salió mal. Esas situaciones en las que herimos a alguien sin querer o en las que hicimos el ridículo. En definitiva, la duda se encarga de multiplicar nuestro malestar hasta hacernos dudar de todo lo que somos u hemos hecho.

Pero eso no es todo, cuando nuestro malestar se incrementa, la duda llama a su ejército, ese que recoge nuestros miedos y los manda desfilar. Y es entonces cuando las imágenes de todo lo malo que puede ocurrir nublan nuestra mente y nos impiden decidir lo que realmente queremos.

Pero, no solo queremos ser felices, buscar nuestro bienestar, sino que queremos vivir sin sufrir y aprovechándose de eso, la duda nos ataca de nuevo. Así es como caemos de nuevo en el miedo y la culpa, así es como la inseguridad se alía con la duda y nos ata con sus cadenas intentando aliviar ese malestar que sentimos y que sabemos que forma parte de la vida, aunque lo queramos evitar.



La inseguridad, esas cadenas que nos impiden avanzar

viernes, 12 de mayo de 2017

¿Alimentas El Ego O Nutres El Alma?


Según la opción que elijas, así abonarás tu karma y así será tu estado de felicidad


Todos los seres humanos sin excepción anhelamos algo tan sencillo como ser felices, pero ¿somos realmente conscientes de ello? ¿Sabemos cómo serlo? ¿Vivimos verdaderamente felices? ¿Dónde buscamos esa felicidad?

Cuando decimos que sí somos felices, realmente se trata de una pseudofelicidad que proviene del ego engañoso que la reviste de emociones y la sostiene con los apegos; sin embargo, ese estado ilusorio es finito y llegará un momento en que se derrumbará como un castillo de naipes cuando sopla el viento. Esa felicidad transitoria es solo un estado emocional que, en cualquier momento y ante cualquier circunstancia adversa, como podría ser una decepción, un percance, una insatisfacción, o fruto de la reflexión, el desencantamiento, el estrés… se transforma en su contrario: la infelicidad. Toda sensación o estado que tiene su opuesto forma parte de la dualidad de la Tierra; por el contrario, todo lo que carece de opuesto proviene del sentimiento profundo del alma y ese sentimiento puro que carece de opuesto, sí perdura bajo cualquier circunstancia. La Creación simplemente ES, sin más, carece de opuesto.

A través de las sensaciones físicas de los sentidos, el ego pretende imitar la felicidad verdadera; pero esa sensación es finita, es simplemente material, debido a su dualidad le es imposible traspasar los velos hacia la conexión con tu ser verdadero: el ALMA.

La verdadera felicidad es más que un estado de satisfacción puntual, es aquella que te llevará a través de los velos que empañan el alma hacia el GOZO. El gozo carece de opuesto, o lo tienes o careces de él. El gozo es indefinible con palabras y va incluso más allá del simple sentimiento, porque mana de lo más profundo, está fuera de lo material y preservado de su ruido. El estado de gozo perdura sin fin, sin límite y en constante aumento.

Cuando empiezas a sentir una gratificante sensación por alguna acción proveniente de escuchar el llamado del alma, aunque sea por un instante, percibirás un atisbo del estado de gozo y sabrás que esa es la felicidad que estabas buscando. Ese es el verdadero estado que todo ser humano busca, aun sin ser consciente de ello. Desde ese instante, anhelarás cada vez con más ansiedad llegar a ese estado, que solamente será el comienzo de una búsqueda gozosa, un flirteo entre la materia perecedera y tu verdadero estado original: el infinito. En ese momento, automáticamente empezarás a desnutrir el ego y a nutrir el alma.

Al ego, finito y perecedero, le es imposible igualar siquiera un atisbo del gozo que se siente al nutrir por primera vez el llamado de tu alma. El alma siempre te guiará por el camino correcto en la experimentación de la materia, el que más te convenga. Por el contrario, alimentar el ego te conducirá por un camino de vaivenes y altibajos, días buenos e incluso excelentes y días pésimos, malos o mediocres; es un camino pedregoso que ya nace con fecha de caducidad y que sólo evitarás si el alma lleva las riendas.



¿CÓMO ALIMENTAS EL EGO?

¿Qué otra cosa podrías ser más que el alma?

¿Acaso eres el ego, las emociones, los sentidos, los apegos…? Todos ellos son simplemente herramientas físico-mentales que están a tu disposición para poder gestionar el cuerpo físico y mental en la materia. Con ellos solamente podrás vivir, interactuar y experimentar lo material. Entonces, ¿dónde está el problema? Muy sencillo, en que todos ellos sólo existen en la materia y cuando el cuerpo y la mente se disuelven con la muerte física, desaparecen y sólo quedan las acciones que con ellos hayas pensado o ejecutado. Por lo tanto, considerarlos como reales te someterá a su dependencia.

Nutrir el ego es lo más fácil que hay en la materia; si permites que actúe y que gobierne tu andadura, el ego estará encantado de guiarte por la senda transitoria de la felicidad aparente. Aparente sí, ya que sólo perdura durante un tiempo, al igual que la materia. Aparente porque esconde siempre la contraparte de lo que realmente eres y, por lo tanto, te ofrece una simple pseudofelicidad que va y viene, que produce euforia o tristeza, dependiendo del momento o de las circunstancias.

Todo lo material, aquello que interactúa en la materia, es finito. Sin embargo, el alma es infinita, indestructible, inalterable…; más que paz constante, es gozo constante, creciente e infinito. Inimaginable con la mente material, sentirlo sólo es posible desde la conexión profunda por medio de la meditación que, conectándote más allá del consciente y del subconsciente, te lleva al supraconsciente; ahí es donde podrás experimentar esa indefinible sensación que se percibe más allá de los sentidos: los estados de paz, de bienestar y finalmente de gozo.




¿CÓMO NUTRES EL ALMA?

El Sonido del Universo 2: de la Resonancia abstracta


“Nada perece en el Universo; todo cuánto acontece en él, no pasa de meras transformaciones”.
– Pitágoras-

Se le llama “resonancia abstracta” a aquella procedente de franjas vibratorias estrictamente extra-físicas. A su vez, podemos dividirla en: resonancia sonora, resonancia visual y resonancia cromática. Vamos a examinarlas.


Resonancia Sonora

Uno de los fundamentos más espectaculares e impresionantes de la resonancia es el Sonido, particularmente lo que conocemos como “Música”.

La parte técnica de su expresión, más simplificada, nos dice que el sonido es un “movimiento ondulatorio en un medio elástico” (siendo este medio, primordialmente el aire). Desde el punto de vista físico el sonido es producido por “cambios rápidos de presión generados por el movimiento vibratorio de un cuerpo”.

La Música nos ofrece el ejemplo supremo de las cualidades imperceptibles de la resonancia porque, siendo parte de nuestra vida diaria y aun estando sus efectos en nosotros, no los notamos. Sin embargo, imaginemos por un momento el sonido de una sola cuerda del violín o de una sola tecla del piano… si cerramos nuestros ojos y concentramos toda nuestra atención, percibiremos claramente “algo” más que el simple sonido; percibiremos la resonancia inalterada e inmediatamente sentiremos algo. Eso se debe a que nosotros, como seres también resonantes, reflejamos un tipo de sonido, el cual, al combinarse con los de otras personas y de todo lo que está en nuestro entorno, produce estados de armonía variables de acuerdo a la resonancia combinada. O sea, con nuestra existencia hacemos música de diferentes cualidades.

El sistema musical no es un efecto, no es producto de nada, sino que revela las cualidades universales de la resonancia. Entender la parte interna de la Música es entender cómo se comporta la pulsación fundamental que da estructura a todo el universo. La Música puede ser considerada una pista en nuestro intento de descifrar el acertijo que para nosotros podría ser el universo.
Definida tradicionalmente como “el arte de organizar sensible y lógicamente una combinación coherente de sonidos y silencios utilizando los principios fundamentales de la melodía, la armonía y el ritmo”, la Música es el reflejo de la vibración (resonancia) armónica que permea el universo en su estado natural.

Por supuesto, se puede combinar frecuencias disonantes (no armónicas) para producir sonido que inmediatamente detectamos como desagradable, pero la Música, que es armónica y coherente, tiene un patrón natural de frecuencia definido.

La nota es el concepto fundamental en teoría musical, cada una teniendo su propia frecuencia de resonancia. El piano nos ofrece una representación visual del sistema musical occidental: en sus teclas blancas vemos la secuencia de las varias notas (tonos) que componen la escala ascendente (de izquierda a derecha) del sistema y las teclas negras que reflejan semitonos (medio tono) situados entre los tonos.

Los semitonos situados entre cada nota son llamados “accidentales”, o más comúnmente “sostenido” si aumenta la frecuencia de una nota (en dirección ascendente) y “bemol” si la reduce (en descenso). El sistema musical occidental está compuesto de 7 tonos y 5 semitonos, que en conjunto son llamados “octava” porque cada 8 tonos comienza una nueva repetición del conjunto con cada repetición siendo de frecuencia más alta que la anterior. Las 88 teclas del piano común son básicamente 7 (más precisamente 7.33) repeticiones de este patrón 7-12, comenzando en una nota La.


Nótese en el dibujo que el patrón de la armonía de la naturaleza incluye el fenómeno de excluir un semitono entre las frecuencias de Mi y Fa y también inmediatamente después del último tono de cada octava (el Si). Este fenómeno forma un patrón determinado
1 – 1 – ½ – 1 – 1 – 1 – ½ ,

significando que entre las notas Do y Re, Re y Mi, Sol y La y La y Si hay un tono completo, pero entre Mi y Fa y entre Si y Do hay medio tono.

La resonancia musical occidental centra su base en la nota La4, o sea, en la cuarta repetición de nota La en teclado del piano, localizada en el punto medio.

Aunque en el mundo se ha utilizado diferentes opciones, el estándar mundial actual sitúa la resonancia de La4 en la frecuencia de 440 Hz. Partiendo de esta posición, cada tecla produce sonidos de menor o mayor frecuencia resonante dependiendo de la dirección

(derecha o izquierda) en que se proceda. Siendo la música un sistema totalmente matemático, las frecuencias resonantes de cada semitono que asciende o desciende en la escala musical representan un cambio de vibración resonante equivalente a 1.059. Por ejemplo, en el caso de un movimiento de La4 a La4 Sostenido (medio tono) la diferencia es calculada: 440 X 1.059 = 465.96 Hz. Por otro lado, la diferencia de un tono completo (como de Do a Re) es de unos 1.123 Hz.

El espectro normal de audición humana figura entre las frecuencias de 20 y 20,000 Hz, con la persona promedio pudiendo distinguir unos 1,400 cambios de frecuencia y con la música occidental utilizando primordialmente solamente unos 120. Esto nos da una idea de dos limitaciones humanas en cuanto a la frecuencia resonante: la primera señalando nuestras limitaciones de percepción consciente y la segunda revelando, dentro de esta primera limitación, nuestra capacidad reducida de distinguir la infinidad de diferentes tonalidades percibidas. Nótese que al decir “consciente” significa que nuestros sistemas energéticos y físicos sí perciben toda la resonancia universal, pero primordialmente en forma inconsciente.

Este tema de la acústica, como se conoce el estudio de la resonancia del sonido, es toda una ciencia compleja. Bastará con aclarar que, analizado profundamente, cada tono musical refleja una complejidad inmensa de vibraciones resonantes, que en realidad no hay tal cosa como un sonido “puro” en nuestro ámbito existencial. Aunque al presionar la tecla del piano creamos oír un sonido límpido, éste es en realidad un compuesto de muchas frecuencias resonantes armónicas.

Consideremos también que la armonía musical (usando ahora el término “armonía” como el arte de combinar notas) comúnmente consta de varios tonos sonados simultáneamente, lo que nos da una mejor idea de la complejidad de la música que escuchamos comúnmente cuando varios instrumentos (algunas orquestas sinfónicas numerando 100 músicos) suenan en conjunto. La música es música sólo cuando la resonancia (cada nota) producida por cada instrumento es simpática o afín con las demás que estén presente, así permitiendo que se mezclen produciendo, curiosamente, nuevas resonancias. Por el contrario, el simple ruido es producido por vibraciones resonantes cuyos choques (sin mezclarse) emiten nuevas resonancias incoherentes ante los sentidos humanos. De hecho, exponernos durante mucho tiempo a resonancias chocantes, especialmente aquellas en la parte alta del espectro, puede causar daño permanente a nuestros sistemas humanos físicos y etéreos.


Resonancia visual

Este tema, que trata de la resonancia, la cual produce la energía, la cual produce la materia, nos trae a un campo sumamente interesante en cuanto a la naturaleza del universo. Este tópico nos refiere al concepto que toda la materia, en sus estados sólido, gelatinoso, líquido y gaseoso, es en realidad una inmensa “imagen holográfica” o, como se conoce más comúnmente, un holograma. Las imágenes holográficas son fascinantes porque representan objetos que muestran todas las cualidades de los sólidos, pero que comprueban ser evanescentes y etéreos (fantasmagóricos) al intentar tocarlos. Este tipo de imágenes son formadas por la interferencia resultante de ondas de luz que se cruzan en su paso por el espacio. Para entender este tipo de interferencia tenemos que tratar primero la esencia interna de la luz, los llamados “fotones” que abundan en el universo, y los patrones que estos forman en su comportamiento natural.

El fotón fue llamado originalmente “lichtquant” (un cuanto, o unidad, de luz) por Albert Einstein y en 1926 el nombre moderno fue acuñado por Gilbert Lewis usando la palabra griega “phos” (luz). De hecho, Lewis ese mismo año publicó una teoría especulativa bajo el título “La conservación de fotones” en la prestigiosa revista inglesa Nature, en la que decía que los fotones “no se podían crear ni destruir”.

Según nos dice la física cuántica moderna, el fotón: